Un día como hoy pero de 1930 nacía una mujer. No recuerdo haberla visto sin sus pantalones –99% jeans– y sus zapatillas, del mismo modo que no la recuerdo sin opinar sobre todo, sin leer lo que se le cruce, sin saber todo de todas las religiones del mundo.
Desde que vino al mundo un 14 de abril vio pasar a Yrigoyen, Uriburu, Justo, Ortiz, Castillo, Ramírez, Farrell, Perón, Lonardi, Aramburu, Frondizi, Guido, Illia, Onganía, Levingston, Lanusse, Cámpora, Lastiri, Perón again, la otra Perón, Videla, Viola, Galtieri, Bignone, Alfonsín, Menem, De La Rúa, Puerta, Rodríguez Saá, Camaño, Duhalde, Kirchner, de Kirchner, Macri y Fernández. También vio pasar seis golpes de Estado, la Segunda Guerra Mundial, la de Corea, la de Vietnam, la Guerra Fría, Malvinas, el Golfo I y II, Afganistán y Siria.
Cuando comenzó la secundaria –idea suya, a nadie le interesaba que una chica continuara estudiando– un viaje a la Luna era sólo una loca idea salida de un libro de Julio Verne. Pero vio un satélite, un hombre en el espacio, otros dos en la Luna una primera vez, y otros tantos que ya todos perdimos la cuenta.
Cuando ella nació China estaba en guerra civil entre republicanos y comunistas, Estados Unidos caía en la Gran Depresión, en España había un rey pero gobernaba un dictador, el Partido Nazi era la primera minoría parlamentaria en Alemania, Mussolini llevaba ocho años al frente de Italia, Roosevelt era sólo un gobernador y Winston Churchill era abucheado por sus propios colegas. Existían países como Checoslovaquia, Yugoslavia y Prusia. A Estados Unidos le faltaba sumar Alaska y Hawaii, Taiwan y las dos Coreas eran parte del imperio japonés. En la Argentina existían sólo 14 provincias, las nueve faltantes eran territorios nacionales, la ciudad de Buenos Aires no era autónoma, contaba con una sola línea de subtes, Lugano era una zona de tambos, la avenida Juan B. Justo era un arroyo y en todo el conurbano vivían sólo 500 mil personas. Faltaba poquito para el primer Mundial de Fútbol, todavía existían los zepelines, dos de cada cinco porteños era extranjero, las mujeres no votaban, los tangos hablaban de Cocó en referencia a la cocaína que laboratorios Merk vendía en farmacias –merca, por si no se dieron cuenta– y Carlos Gardel era una estrella del cine.
Zafó de la pandemia de la polio, de las eruptivas, de la del HIV y de todas las respiratorias del siglo XXI.
Se casó a los 29, dio a luz tres hijos, ellos le dieron cinco nietos, y estos últimos la convirtieron en bisabuela dos veces. Nunca dejó de trabajar y siempre estuvo vinculada a tareas para la educación en escuelas rurales.
Desde que nació esta mujer las defunciones por enfermedades infecciosas en la Argentina bajaron casi un 80%. Cuando nació esta mujer la expectativa de vida del argentino promedio era de 50 años y cuando escribí la mayor parte de este texto ella, mi abuela, cumplía 90. Y los pasó sola. Hoy cumple 91 y nada ha cambiado para las personas de su edad con o sin vacuna.
Cuando nació no existía ni la televisión y hoy la saludo por Internet desde una computadora de mano que también es un teléfono. La tristeza me invade y se pelea mano a mano con la felicidad de saber que todavía tengo una abuela que me dice cosas de abuela, que me lee todo lo que escribo, que me escucha todo lo que digo, que me ve cada vez que salgo en la tele, que me escribió un poema cuando nací y que todavía me hace llorar al hablar de ella. O al escribir estas líneas.
Puta pandemia del orto. Te odio más que a nada en el mundo. La venía pecheando como un campeón, saliendo a la calle todos los días, laburando como si nada pasara. Pero hoy… hoy daría cualquier cosa por poder abrazar a mi abuela. Y no porque hoy sea su cumpleaños. A ella le importa tres carajos las fiestas que se celebran, según sus propias palabras, “como si el paso del tiempo fuera un mérito que merezca una felicitación”. Quiero abrazarla porque sí, sin excusas, porque pintó, porque nos enseñó que “la libertad es lo más importante que tiene la vida”, que «la mujer no se realiza teniendo hijos: se realiza y, si quiere, tiene hijos». Porque me dejó grabado a fuego que “los prepotentes son impotentes” y que “el cementerio está lleno de guapos”. Quiero abrazarla y decirle gracias por ayudarme cada vez que lo necesité, como cuando mis padres no podían pagarme el club, o las clases de guitarra, o los discos. O cuando me salió de garante para poder arrancar de cero después de un divorcio.
Ya sé que la fascinación que tenemos por el sistema decimal es única, pero no jodamos: son 91 años, 91 hermosos años que merecen ser festejados como corresponde. Pero por algo que aún nadie -ni la OMS- sabe explicar, tendremos que conformarnos con escuchar su voz por teléfono. A ella no le importa: nunca le gustó festejar. Sin embargo, me dice que ella está bien porque nosotros estamos bien. Y me dan más ganas de abrazarla. En todo este año solo pude verla una vez y porque ella no aguantó más sin verme. Y lo disimuló, porque es una mujer que no ve nunca el lado negativo de nada. Fue un sutil “esta lindo, venite a tomar el té”, como si no hubiera pasado un año sin verla.
Y ahí estaba la mesa servida con las tazas de la vajilla china -siempre le gustó la ironía- boca abajo sobre los platos. Como corresponde. La terera, la lechera y un kilo de masas. Y no hablamos de cuánto llevábamos sin vernos. Ella hizo de cuenta que nos habíamos visto ayer, yo hice de cuenta que también mientras no le quitaba la vista de encima.
Quizá este racconto de todo lo que ha sucedido en el mundo a lo largo de tu vida sea una palmada en la espalda hacia mí, para bancarme esta situación, como si me dijeras que esto es una niñada al lado de todo lo que viviste. Quizá sea eso, o tal vez se trate de una forma de admirarte un poquito más.
Felices 91 años, Abuela Mami. Feliz cumple, Abu.
Te quiere mucho;
Nicolasito.
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