Querido diario:
Hace tiempo que no escribo en tus páginas algo para compartirle al resto del mundo, con lo cual sabemos cómo terminará esto: puede que con picos de ansiedad, puede que con un enorme cartel imaginario que diga “en qué momento te pareció una buena idea”.
A veces siento que hablar de salud mental cuando nadie lo hacía fue una mochila que me saqué de encima para tomar otra aún más pesada.
Primero noté que no era el primero en hablar de salud mental. Nadie es el centro del universo. Siempre hubo gente valiosa para hablar de salud mental en primera o tercera persona, pero casi nunca los recordamos. Es feo saber que eso está ahí. Hasta que algún famoso vuelve a dar la nota y el tema es noticia.
Yo tampoco estoy bien. Que no lo grite a los cuatro vientos todos los días, no implica que esté bien. ¿Estoy mejor que hace cinco años cuando publiqué el primer texto? ¡Puf! Ni se imaginan. ¿Mejor que hace dos años y monedas cuando hablé de nuevo pero en Instagram? Obvio. Incluso estoy mejor que cuando participé en la serie documental Hache, lo que no se nombra (Star+). Pero el camino es largo y está lleno de piedras y colinas. Ahora estoy en una etapa de «mire pero no toque». Fragilidad al palo. Una brisa y me descompongo en pedacitos. Se hace lo que se puede.
No tengo ganas ni de tener ganas. Hay semanas en las que escribo por inercia, me baño por inercia, como por inercia, sigo de largo por inercia, no salgo y cuando lo hago quiero volver porque ningún plan supera a estar sentado sin hacer nada. Por inercia.
Pero ahora resulta que estar bien es seguir un plan específico, con horarios, comidas, actividades y ejercicios mentales igualitos para todos. Porque el ideal es ser feliz. Y parece que a todos los habitantes del planeta les hace felices las mismas cosas.
El mundo de las redes sociales está lleno de especialistas de cómo estar bien. Curiosidades de la vida: son poquísimos los profesionales de la salud mental.
Al principio me parecían inofensivos y no había nada que perder. Aprender a respirar me causaba gracia, pero todos nos calmamos cuando estamos nerviosos si comenzamos a respirar hondo. Nos calmamos por un rato. Si no se soluciona el disparador de esa crisis nerviosa, no hay forma de controlar nada.
Llueven técnicas y, como si fuéramos idiotas, son presentadas en inglés para que suenen como salidas de un estudio de la University of Happiness. ¿Escucharon hablar de Wellness? Está muy de moda. Hay posteos, videos y hasta se dictan cursos. En castellano es Bienestar a secas, pero en inglés da más pro, ¿no? Va de la mano del Mindfulness, algo que tiene sus pros y contras. Como pros puede citarse que sí, que ayuda a desestresar la mente el hecho de brindar una atención plena al presente. Hay estudios que han demostrado que lograron bajar los niveles de estrés en ejecutivos que trabajan hasta 80 horas semanales. ¿Saben qué baja, también, el estrés? No trabajar 80 horas semanales.
Practiqué mindfulness y, honestamente, no noté mayor diferencia a la sensación de beber una cerveza mientras escucho un disco. Solo que al finalizar no había ni disfrutado de una cerveza ni de un disco. Saber que entre sus referentes se encuentra Sam Harris, le pone el moño al asunto: es uno de los mayores defensores del escepticismo científico. Pero cree que unas técnicas de meditación son la solución a los problemas aunque no existan pruebas empíricas a largo plazo en personas que hayan sido diagnosticadas, seguidas y abordadas.
Igual, no es el caso. Mindfulness, wellness y lo que venga atrás de eso, podrán ser muy valiosos, pero acá se los vende de la misma forma en que se vendían mp3 en los años 2000: dicen que son iguales al iPod pero tienen la potencia de silbar bajo el agua. De todos modos, es obvio que hay grandes beneficiados con estas prácticas: los que las promueven.
Es un mecanismo que me costó mucho entender, pero que se resume en una sencilla explicación bastante religiosa. Durante 1500 años solo los sacerdotes podían decirnos qué decían las sagradas escrituras. Hoy, el coach tiene un secreto para contarte de a cuentagotas o con un curso. Porque te quiere mucho y quiere que estés bien, por eso te cobra unos billetes, preferentemente en dólares. Después de todo ¿qué precio tiene la felicidad?
Hay famosos que comenzaron a blanquear sus problemas mentales. Es recontra bienvenido. Los medios de comunicación, un lugar plagado de sujetos con patologías psiquiátricas –como quien escribe estas líneas–, se convirtieron en una vidriera de la valentía ajena. Contar que un famoso no está bien de la cabeza ayuda al rating. Exhibirlo y hacer un show a su alrededor, lejos de colaborar con la causa, la tira al subsuelo.
Es una pregunta maravillosa para algunos colegas. ¿No conocen a ninguno de sus compañeros de equipo que atraviese un problema de salud mental? ¿Nunca charlaron con ellos para saber qué pasa cuando se los exhibe? Un famoso cuenta que no está bien y eso empuja a que muchos no se sientan solos. Repasar su vida, sus aciertos, sus errores y preguntarse todo el tiempo “qué le habrá pasado”, solo hace que todos los que no se animan a hablar, no lo hagan. ¿Por qué? Porque nadie quiere ser juzgado por algo que no controla. Porque estamos cansados. Estoy cansado.
Cansado de que me digan que tengo todo para estar bien. Cansado de escuchar que «todos estamos mal» cuando no es cierto. Harto de que me pregunten cómo estoy para luego minimizar cualquier respuesta que pueda dar.
Y eso que tengo suerte. No quiero imaginarme cómo se encuentran los que no tienen el poder adquisitivo para costear un tratamiento farmacológico que ayude a corregir la cabeza.
¿Realmente quieren ayudar a la gente? Lo primero a considerar es no creer que el otro es igual que uno mismo. Somos todos distintos, ni nuestras huellas dactilares se pueden copiar. No es una cuestión de sensiblería, sino de coherencia.
Hagamos el siguiente ejercicio. Estás sentado en un bar con un café en la mesa y al lado un tipo se toma el pecho de golpe y cae al piso. ¿Llamás al 911 o le decís que todo está en su fuerza de voluntad? ¿Buscas desesperadamente un médico o alguna forma de llevarlo a una guardia médica, o le pedís que se concentre en su respiración? Ahora supongamos que estás realmente desesperado y predispuesto, ¿vas a buscar un cardiólogo o lo llevas a un centro holístico?
Una vez salido de terapia intensiva, nadie que sepa que esa persona tuvo un infarto puede decirle que se ponga las pilas y suba una escalera al trote hasta el piso 52. ¿Cómo sería la palabra? Creo que algo parecido a la crueldad.
Y sí, puede que pongan cara de nada, o que dibujen sonrisas de oreja a oreja, o que causen gracia con humoradas. Pero por dentro están rotísimos. Y no lo cuentan porque están hartos o tienen miedo. Miedo a ser discriminados. Un miedo absolutamente real. ¿Una discusión laboral? El loquito. ¿La posibilidad de un contrato? Un impredecible. ¿Sumarlo a un evento social? Un bajón.
Me preguntaron mil veces mi diagnóstico. Contesté con la verdad solo un par. Como el interlocutor no entiende –y ni ganas tiene de comprender–, quiere saber los síntomas. Y es al pedo: si cada síntoma se controla. “Todo está en la mente” debe ser la peor de las palabras. Sí, todo está en la mente, por eso estamos mal. Porque no existe peor pesadilla que saber que el chip que controla nuestra vida tiene un cortocircuito.
Nuestro cerebro funciona con un equilibrio químico. Hormonas, ácidos, sales, lípidos, oxígeno, nitrógeno, carbono es lo que existe en eso que vemos como huesos, carne y sangre. Cualquier droga provoca una alteración química del cerebro. Cualquier deficiencia en la producción natural de algún químico humano, también genera una alteración en el equilibrio. La depresión de verdad es un problema en los neurotransmisores cerebrales. Por lo general cosas llamadas norepinefrina y serotonina. ¿Hay formas naturales de generar un aumento de las mismas? Sí, pero no para solucionar una depresión. ¿Existen trucos alimenticios para evitar la depresión? No, no los hay. El que venda lo contrario, miente.
Quizá el mayor problema con todos los influencers del consejo zonzo para problemas serios es que todavía no nos hemos enterado de alguna tragedia vinculada a los consejitos. Hay algo llamado ejercicio ilegal de la medicina. Aunque pocos lo dimensionen, el encargado de la salud mental es una persona que ejerce la medicina: se llama médico psiquiatra. Todo aquel que pretenda dar una solución a un problema mental, la está cagando kilométricamente mal.
No está bien no sentirse bien sin saber por qué, como cuando nos dicen “hay que permitirse estar mal”. Es horrible. No lo elegimos, no lo permitimos, entró rompiendo todo y sin pedir permiso.
Detrás de cada seguidor, detrás de cada persona que forma parte de un punto de rating, hay seres humanos. Hay gente que baja dos atados de cigarrillos en una madrugada mientras piensa motivos para no saltar por la ventana. Existen sujetos que sólo esperan a poder dormirse para que la cabeza se apague por un rato. Sobran personas que ven sus vidas de una forma tan, pero tan negra que la única salida que encuentran es, casualmente, la puerta de salida.
Chicos y chicas que hoy tienen picos de ansiedad y, cuando se quieran acordar, sufrirán de Trastorno de Ansiedad Generalizado sin que nadie pueda hacer nada para prevenirlo porque «todo está en tu fuerza de voluntad» . Porque con ponerle pilas alcanza. Porque con ir al gimnasio se dispara la dopamina y se pasa.
Gente que sobredimensiona cualquier problema porque el desorden es total. Hombres y mujeres que viven cada tropiezo como el fracaso final. Adolescentes y ancianos que se sienten solos aunque estén rodeados porque perciben que nadie los comprende. Señores y señoras que sentirán que todos sus fracasos son culpa de ellos exclusivamente y que la realidad que los rodea no tiene absolutamente nada que ver, así hayan perdido los ahorros de su vida en un robo, así hayan terminado en una pensión tras un incendio. Después de todo, «si sucede, conviene».
Incluso mientras escribo estas líneas me escribe un amigo para pedirme el link al podcast que hice sobre salud mental en plena pandemia. Algunos podrían hablar de coincidencias. Creo que estamos ante un punto de inflexión en el que nadie quiere sentirse mal así porque sí. Y eso me parece fantástico.
Ya bastante tenemos con una ley de salud mental que no brinda una sola herramienta para ayudar. No creo que sea la última vez que hable del tema, querido diario. Esto llegó para quedarse y no de la forma deseada. Quería, soñaba con que el mundo hable de salud mental. Y ahora todos hablan de tener la posta para estar bien. Hay que ser cuidadoso con los deseos.
Y ya que estoy deseoso, pido uno más: que antes de decir algo sobre el estado de otra persona, cada emisor de mensajes piense en sí mismo o en sus parientes. Si todos están diez puntos, hay alguien que no presta la suficiente atención.
Gracias por leer.
Hasta la próxima.